Laura estaba dormida en el alfeizar de la gran ventana, en un castillo medieval abandonado a la naturaleza que poco a poco iba apoderándose del lugar.
La luna menguante se veía en el cielo de brillantes estrellas y se reflejaba en su larga cabellera que caía, buscando enraizar en la tierra.
Las flores de la dama de noche abrían sus pétalos a la quietud que reinaba.
Ella dormía con calma y su belleza resplandecía para el observador.
Su vestido destacaba por el color anaranjado y su corte princesa perfilaba las curvas de su cuerpo.
Su respiración suave movía su pecho virginal.
El cielo teñido de rojo parecía conjugar perfectamente con la luna, las flores y la mujer.
Todo era armonía.
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