Entre nos

 

Señora María Aurelia

Vecina del barrio

Estimada vecina

                           Me dirijo a vos, por este medio, porque tengo muchas cosas que decir con respecto a nuestra relación.

                           Hay muchas cosas que me incomodan.

                           La forma de pelear con tu marido es una de ellas.

                           No se si te diste cuenta que, eres más fuerte que él en todo sentido.

                           Una mujer que trabaja, que busca la manera de sobrevivir.

                           Se que podes plantarte frente a él y cantarle las cuarenta, las cuarenta y un también.

                           Se que podes imponerte una noche y decir: 

                          ¡No me grites!

                          ¡No me pegues!

                          En último darle un palo por la cabeza y dejarlo frente al hospital.

                          Finalmente, quiero decir que amistad, hasta que puedas vivir mejor, más digna, más feliz.

                         Me despido con un frente abrazo en el cual te transmito amor y espero ver muy pronto la felicidad reflejada en tu cara.

                                                                                             Sinceramente...tu vecina

PD. No te olvides de regar mis plantas.

                           

Una historia guardada en el tejado

 

Todas las personalidades de yo, tienen una historia para contar

Posiblemente historias tristes.

Sin embargo las alegres siempre saltan de una u otra forma.

Van saltando de boca en boca; de generación en generación.

Recuerdo la historia de los sapos.

Cuando niña, en vacaciones, iba a la casa de mis abuelos.

Mis abuelos vivían en el interior del interior de Formosa.

Tenían una chacra, autosuficiente, tenían todo en la casa.

Para ir al baño, teníamos que correr una cuadra,

porque en ese entonces se acostumbraba a tener el baño muy lejos de la casa.

Detrás del baño, había tres cruces negras, sabe Dios de cuando y de quién.

Solamente siempre estuvieron.

Esas cruces daban miedo, un gran miedo.

Y para evitar pensar en ellas, hablaban con los sapos, 

les hablaba alto y claro para que me escucharan y me entendieran.

Los sapos eran inmensos, gigantescos.

Me miraban con sus ojos enigmáticos y comprendían todo.

Nunca tuve miedo porque ellos estaban ahí y yo o sabía.

Eliana y el pájaro

 

Eliana es una joven del pueblo.

Tiene los ojos pardos y la cabellera marrón que cae como una cascada en los hombros y la espalda.

Eliana viste con ropa sencilla y práctica.

Con un libro en la mano, sube la montaña, buscando el lugar perfecto para sentarse y leer su libro de filosofía.

A simple vista se nota la nieve que cayó la noche anterior, corre un viento ligero y frío.

Unos pocos animalitos se apresuran a buscar comida, mientras el cóndor revolotea en los alrededores, buscando su presa para alimentar a su pichón, buscando el mínimo descuido de algún conejo, una liebre.

Eliana llega a su sitio favorito, se sienta y comienza su lectura.

De vez en cuando deja de leer y fija su mirada en algún punto y se queda así.

En un momento dado, se acerca un pájaro, la mira fijo y se arrima un poquito más hasta llegar a un metro más o menos y espera.

Eliana no se hace rogar y de una bolsa de tela marrón, saca algunas semillas y las tira cerca del ave, quién come con avidez y prontitud, con el miedo característico de los pájaros.

Minutos después, sigue leyendo, hasta terminar el libro.

Llega la tarde y con la tarde llega el frío...más frío.

Eliana, de un salto se levanta y al levantarse, ¡zaaas! se resbala y cae en un zanjón donde corre un hilo de agua helada.

Cae al agua con tanta mala suerte que se moja los pantalones de lana.

Tratando de llegar lo más rápido posible a su casa, corre, tiritando de frío y cansancio.

Una vez en su refugio acogedor, se cambia la ropa y con gran placer se toma un café con leche, sonriendo feliz.

La armonía de esa noche

 

Laura estaba dormida en el alfeizar de la gran ventana, en un castillo medieval abandonado a la naturaleza que poco a poco iba apoderándose del lugar. 

La luna menguante se veía en el cielo de brillantes estrellas y se reflejaba en su larga cabellera que caía, buscando enraizar en la tierra.

Las flores de la dama de noche abrían sus pétalos a la quietud que reinaba.

Ella dormía con calma y su belleza resplandecía para el observador.

Su vestido destacaba por el color anaranjado y su corte princesa perfilaba las curvas de su cuerpo.

Su respiración suave movía su pecho virginal.

El cielo teñido de rojo parecía conjugar perfectamente con la luna, las flores y la mujer.

Todo era armonía.

 

Una mirada con amor

Apenas una mirada hacia ella y sin pensar la describo, a la persona que está a mi lado.

Se llama María Teresa, es mi hermana.

Tiene cincuenta y ocho años, docente, casi toda su vida, ahora es jubilada.

Después de toda su carrera en Formosa, ahora vive en Bialet Massé.

La miro y veo su larga cabellera negra con algunas pinceladas blancas, 

tiene los ojos grandes y labios carnosos, como besando la vida.

Se viste como la noche oscura y le gusta el heavy metal.

Suele pintar piedras y cacharros, pardes y lunas,

Tiene un carácter intenso, piensa, baila y canta.

Vive con su compañero de rutas, un motoquero de aquellos.

Galopa el viento y vive el día a día, cual una aventura soñada.

No usa maquillaje y su sonrisa le queda hermoso.

Hace unos años, en un ardiente verano, las dos fuimos a un recital de rock pesado.

Sepultura se llamaba la banda que sonaba y hacía temblar los cuerpos.

El cantante era un portento de hombre, no le sobraba, ni le faltaba nada.

Y... en un momento dado, llega hasta nosotras un ángel rubio con una sonrisa tierna y los ojos idos en su angelical rostro, acaricia el pelo de mi hermana y dice - tan bella.

María Teresa me mira de reojo y susurra - lo que pasa en el recital...queda en el recital.

Y así fue.

Junto a mi

Me gustaba caminar por la arena, con las olas lamiendo mis pies descalzos hasta que...un día me di cuenta de todas las emociones negativas que soltaba al aire para que se lo llevara el viento.

Iba a la playa una vez al mes, con la esperanza de volver a sentir la infinidad del universo ante mis ojos, sentir la verdadera esencia del alma, del corazón, del cuerpo.

Alejándome del ruido y quedándome con la canción.

Alejándome de esta sociedad y quedándome con la inmensidad de la calma.

Renovándome.

Limpiándome.

Sanándome.

Encontrándome.

Quedándome junto a mí.