Corría el año dos mil treinta y cinco, de la era del nuevo mesías.
Un año cruel, desbastado por las sequias y las olas polares.
En el medio continente, cerca del viejo mediterráneo, se morían los ancianos de la última camada, de los nacidos de manera natural.
Poco quedaba de la antigua humanidad
Desde que la luna desapareció, debido al choque con un gran asteroide.
Todo cambió, desde los ciclos terrestres hasta la desaparición de las aguas en los océanos y los mares.
Solo quedaban hilos de agua dulce, de un sabor a musgo seco.
El color gris que dominaba el lugar, tanto en la naturaleza y en los mismos seres humanos, impresionaba a simple vista.
Hasta que te dabas cuenta que, todo se tornaba de un gris plomizo y frío, al amanecer.
Los habitantes
Niños que dominaban el planeta, tenían un único líder, que era elegido por los mas avanzados.
Así lo entendieron en su momento, cuando comenzaron a alimentarse de personas que llegaban a cierta edad.
Las noches aterradoras, asustaban.
Eran los gritos de los mayores que pronto, serían enlatados vivos, para conservar el gusto a cuero viejo.
La mayoría de los niños, vivían en conventillos verticales, ventanas entreabiertas, de pequeños cuartos, dejaban ver a estos, caminando, de un lado a otro, sin nada que hacer, solo alimentarse y dormir.
Algunas de esta criaturas, nacían deformes, como consecuencia de comer a su misma especie, algo que se consideraba natural desde la gran catástrofe lunar.
El conventillo de los niños fue creado para albergar a los recién nacidos, genéticamente alterado por la gran máquina central, cien años antes, para poder salvar a especie, con nefastos resultados.
Hoy, cuando todo se hace mecánicamente, hasta que se pierda un tornillo o quizás hasta que no haya alimentos...la raza humana se está muriendo y con ella la esperanza.
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