"El resplandor de sus luces
y los pensamientos mágicos
en la niñez inocente.
El candil del tiempo.
Candelas.
El altar.
Pequeños ángeles del milagro
y la calma absoluta."
Una noche ardiente.
El monte formoseño se ha llenado de luciérnagas.
Nadie supo nunca de dónde venían.
Solamente, se las vio en la noche de octubre, plena temporada de lluvias.
La humedad corrompía la calma del mas osado de los carayás.
Las víboras siseaban, arrastraban en la tierra mojada, viscosas y ladinas, buscando una victima de la desesperación y el miedo y clavar sus colmillos.
Las ranas de colores brillantes, bailaban la danza de amor a la lluvia. ellas querían mas agua en el pantano.
Esta particular noche, era cerrada, la luna alumbradora se había ido a un convite con las lunas de Júpiter, un planeta lejano.
Las aves trataban de dormir, en árboles llenas de gotas de agua, sin embargo, tenían miedo al gran Curuzú, comedor de pájaros.
Como no veían nada de nada, temblaban, mientras piaban, llamaron a los Isondús, creadores de las lamparitas mágicas.
Estas vinieron prestas para ayudar a los pobladores del lugar y con dos o tres en cada árbol, dieron luz a la comunidad.
Pronto llegó el amanecer y con él, el sol que ilumina todo.
2 comentarios:
Excelente leyenda.
Saludos,
J.
Me gustan más las luciérnagas que el sol.
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