El tren de las dieciocho

 

Caminaba despacio, acariciando las plantas que crecían al costado del sendero angosto que lo llevaba a su destino, junto a la tranquera, al costado de las vías.

Llegaba al lugar y se apoyaba al portón de vieja madera.

Agudizaba los sentidos, no deseaba perderse emociones. 

Todo era importante para él, hasta el mínimo detalle de lo que sucedía.

Esperaba con paciencia la hora exacta en que el tren pasaba.

La veía en la ventanilla, buscándolo ansiosa.

A las diecisiete y cuarenta y cinco, se aceleraba el pulso, sus emociones se disparaban, el corazón  se disparaba al máximo.

Ya veía las luces, acercándose muy rápido, se preparaba mentalmente para el encuentro de sus miradas y la media sonrisa en sus labios, que con un rictus de tristeza se decían muchas cosas en un segundo que duraba todo.

Cuando terminaba, se quedaba pensativo y luego daba la vuelta y lentamente regresaba a su lugar.

Treinta segundo duraba la magia de este amor de miradas y pensamientos.

Lo que duraba el paso del tren de la hora dieciocho.