Los habitantes del pequeño pueblo, ubicado al pie de las montañas del sur de la región de los dragones,
Vivian con tranquilidad y felicidad, sabiéndoosle cuidados por un ser invisible (según ellos).
No le temían a los ogros, ni a los traficantes de sueños y menos a los ladrones de cristales rojos.
Cuánto más rápido pasaba el tiempo, más larga era la vida de este guardián.
Cuánto más enemigos había cerca de las montañas, en cuyo interior se escondía el tesoro, más vigilaba, más vueltas daba el dragón, rodeando por completo las viviendas de los humanos que residían en su jurisdicción.
Nunca lo habían visto y sin embargo sabían de su existencia.
Todos los atardeceres ofrendaban a su protector con frutas recolectados en el huerto comunitario, que había sido sembrado solo para nuestro amigo dragón montañés.
La vida transcurría placida para todos.
2 comentarios:
Es casi envidiable esa vida.
Idílico lugar .
Un abrazo.
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