Entro en mi habitación y siento el choque de los recuerdos,
cuadros colgados de los techos en forma de abanicos espejados.
Cada carilla es una situación en el tiempo.
Me detengo en la primera cara, es el día de mi bautizo,
en brazos de mi padre miraba todo el panorama
desde una altura que me gustaba.
Paso al siguiente cuadro, donde tenía cuatro años,
estaba jugando en el lecho del riacho con las charatas y los monos,
ellos me miraban desde su propio lugar.
Juntos le cantamos a la vida.
En el tercer episodio, me quedo un buen rato para entender
el desprendimiento de mi lugar favorito,
yo quería seguir siendo salvaje y libre.
Así fueron pasando etapas de mi vida en los cuadros.
Me detuve cuando terminé la primaria,
en el viaje de fin de curso, tanta alegría y tanta pasión,
cuando fui con todo el curso, maestros y algunas madres a Misiones.
Por fin el comienzo del secundario, este ciclo fue especial, estresante y difícil.
El conocimiento de ese "yo" que determinó mi esencia, mi timidez y el retraimiento
por haberme desarrollado tan de repente y todo para afuera, sin estar preparada para vivir
con este cuerpo.
Al llegar a la actualidad, me siento tan desarbolada, me faltan hojas verdes, me quedan algunas hojitas
ocres, entre amarillos y marrones; rojizos y grises.
El follaje tan exuberante se fue marchitando pero sigo cantando, riendo y disfrutando de esta vida que me encanta.
Hasta hoy mi existencia, es excitante, con muchos cuadros espejados, traté de que mi abanico no haya sido
de seda china, si de un algodón suave y confortable.
Sin embargo a los últimos cuadros, no los quise ver. Quiero que me sorprenda la muerte cuando a ella se le ocurra.