En aquellos años, 1970 a 1975, cuando llegaban las vacaciones, iba a la chacra de mis abuelos en Loro Cué, provincia de Formosa.
Bajaba del colectivo al frente de la casa espaciosa, hecha de adobe y maderas, a una cuadra de la ruta.
Al ir caminando, lo primero que veía eran los tres pomelares, con sus grandes hojas y sus frutos maduros, colgando cual adornos de navidad.
Quedaba prendida de esos pomelos.
Después de los saludos protocolares familiares, agarraba un cuchillo y corría hacia el árbol.
Trepaba y me sentaba en medio de su tronco, donde tenía una especie de horqueta, diseñada para mi.
Comenzaba el ritual, pelaba un fruto tan prolijamente, luego otro y otro más hasta llegar a la media docena.
Ese sabor, trastornaba mis sentidos hasta que me transformaba en pomelo y así quedaba...feliz.